AGUJEROS Y ESPERANZAS

Os ofrezco estos relatos heterogéneos, inclasificables, cebados de pólvora literaria… Levantan acta de los agujeros negros del Poder y también algún ápice de esperanza… La esperanza de la Rebelión.

JAIME MIÑANA (desde la isla)

sábado, 28 de marzo de 2015

JAQUE AL PODER DESDE LA LITERATURA TRANSMEDIA



¿Qué es la Bitácora a la deriva? Aparentemente un puñado de heterogéneos relatos vinculados al universo transmedia de Plot 28 que ahora encuentran acomodo en las páginas de la edición de Esto no es Berlín. No sé si tienen orden ni concierto; sí sé que nacieron de la indignación de comprobar como, una vez más, el Poder se salía con la suya en la mayor crisis que ha deparado el capitalismo, globalizado y desafiante ahora.

Para entender este desconcierto, semejante desaguisado programado desde las élites dominantes, he tenido que volver la vista a la historia, muy especialmente a la de nuestro atribulado rincón ibérico. Y la Historia me ha respondido que la historia se repite. Que siempre unos pocos intentan aprovecharse de la inmensa mayoría inventándose todo tipo de salvíficas justificaciones, refrendadas por el orden político y religioso. 

Para poder narrar este fraude continuado he recurrido a múltiples voces, casi todas víctimas y/o resistentes, femeninas no pocas (el libro está dedicado a una de ellas silenciada: Paty Heras), algunas ya conocidas en el universo Plot 28. Y las voces también me han impuesto su voz, limitándome a canalizarla casi siempre. 

He querido narrar esos avatares de manera contemporánea, como corresponde a una literatura del siglo XXI, que no hace ascos a la autoconsciencia y la metaficción ni al topos mítico (la Celtiberia); una narrativa que también tiene en cuenta las nuevas inmersiones que depara la tecnología y la lógica transmedial desde una plataforma analógica. De ahí esas llamadas a tuits, los hashtags o códigos QR que expanden los relatos desde el papel hacia enlaces webs, blogs, imágenes o textos online... y que entablan un sugestivo diálogo con las fotografías en blanco y negro de Eva Amaral. De todo ello da buena cuenta en el prólogo de la edición analógica el profesor Domingo Sánchez-Mesa. 

Bitácora a la deriva es ante todo ficción para la fruición; y ese disfrute será a través de una inmersión digital, analógica o mixta. Pero también propone una reflexión para la tomar conciencia y para la acción concienciada; no en vano se subtitula Para una rebelión. En este sentido tiene vocación de literatura engagée y entronca con los rebeldes de la Cerca, con todos los resistentes del Grupo 28 y con todos aquellos que desconfíen del Poder.



                                 Jaime Miñana

                                                   @jaimeminana 
                                                                                           Ruinas del naufragio

                                                      

  
Disponible en Esto no es Berlín
                                                 Central Callao (Madrid)
                                                 Tipos infames (Madrid)
                                                 Ocho y medio (Madrid)
                                                 Cálamo (Zaragoza)

HARRY EL SOÑADOR

                                                                     
Este relato está integrado en la app de Plot 28 (Narrativa) y en el ibook de Bitácora a la deriva, si bien no aparece en la edición analógica homónima de Esto no es Berlín. Está basado en un personaje barbastrense que fue un enamorado del cine como nunca he conocido.


 A Harry. In memoriam
               Y a los que aman fantasmas pixelados


                                          Laura (Otto Preminger, 1944)

Era un hombre enamorado. Las amaba a todas. Sí, en aquellas noches interminablemente cortas, excitantes, en la que daba cuenta de dos tabletas de chocolate para engañar al estómago. Las de Hollywood eran sus preferidas, pero entre todas ellas Gene Tierney se llevaba la palma. Tierna y perversa a la vez, se aproximaba a esa fémina ideal que definiera Alfred Hitchcock. Harry, sin embargo, no creía que la actriz que encarnara a Laura pudiera meterse en un taxi contigo y, contraviniendo su distante apariencia, te echara mano a la bragueta. El gordo inglés era a veces un poco grosero, nada extraordinario en un católico reprimido -si lo sabría él, que también había sido educado en los jesuitas...-. Gene nunca haría algo así. Era una mujer valerosa, maltratada por una tormentosa biografía, abandonada de la suerte. Por eso era su preferida.

Harry era muy romántico, a su manera. Nunca tuvo suerte con las chicas, ni la apariencia ni una desagradable voz cavernosa le acompañaban; tampoco la higiene. Había tenido una novia cuando cumplió los veinte, pero no cuajó. Ella vetaba el sexo hasta llegar a la vicaría, pero a Harry no le preocupaba mucho la espera, porque ya había descubierto las putas de Estadilla. Quizá por eso Purificación no se sintió necesaria, quizá por eso hizo mutis por el foro, quizá por eso Harry apenas lo sintió. En Barbastro no había putas; era la cuna de Monseñor Escrivá de Balaguer y de la Virgen de Torreciudad, quienes velaban por la pureza del Somontano. Era una ciudad heroica. Había resistido a los moros, a los invasores franceses, a los carlistas y a la Columna Durruti. Todos los enemigos de la cristiandad y de la patria habían sucumbido allí, aunque a un altísimo precio (la sangre de los mártires). Barbastro fue cuna de soñadores, San José María, el General Ricardos, los mártires del Pueyo, los hermanos Argensola. ¿Pertenecía Harry a esa estirpe? De lo que no cabe duda es que su vida era sueño y su sueño era el cine, o el séptimo arte, como a él le gustaba decir.

Harry era empleado de la Biblioteca Municipal. Los libros solo le daban de comer; o no, porque él se nutría de celuloide. Cuando salía de trabajar a las 14.45 h. se retiraba a su “santuario”, inundado de cintas apiladas de todos los sistemas videográficos. Allí engullía las películas que había grabado en la tele, cuando en TVE se emitían películas apetitosas. También se alimentaba de chocolate: chocolate a veces con almendras, pocas veces negro, casi ninguna blanco… y también litros de café. Esa dieta le deparaba un aspecto físico nada saludable, si bien su mente rebosaba dicha cinematográfica. Esa felicidad se iba acumulando en largas veladas frente a su Samsung de 48 pulgadas, veladas luminosas, teofanía de fotogramas. En aquella oscuridad interrumpida por el barrido de electrones Harry se encontraba como en el claustro materno; era feliz.

Viniendo de una familia de letrados, José María –ese era su nombre de pila que odiaba- parecía abocado a estudiar derecho. Lo hizo con desgana, dedicando más tiempo y energía a los cineclubs que a las leyes. Fue en sus tiempos universitarios de Zaragoza cuando le picó el “séptimo veneno”… Vivió en la capital aragonesa, más bien en sus filas de butacas, tirando de pasantías durante algunos años. No le gustaba la “urbana tracamandana” (así llamaba su admirado José Luis Borau en El Heraldo al tráfago peatonal a lo largo del Paseo de Independencia), pero allí, en esa arteria metropolitana, estaban las grandes pantallas, los grandes milagros.... A mediados de los cincuenta el cine había conquistado su preeminencia entre los espectáculos populares y la ciudad pujaba por abrir grandes salas con scope, sonidos estereofónico y un confort que no se avizoraba en unos hogares que todavía olían a posguerra. Entre aquellas cómodas, espaciosas butacas bullía toda la sociedad del incipiente desarrollismo; un poco más allá,  en el rectángulo blanco cada vez más oblongo titilaban las historias y las estrellas. Harry aprendió allí a soñar mientras los chicos de su edad buscaban con sus novias la oscuridad cómplice o la fila de los mancos.

Se enamoró de Joan Bennet en una de las sesiones del Cine club Saracosta; tuvo la impresión de que se salía del retrato que abría y cerraba inquietantemente La dama del cuadro. Esa misma tarde conoció a una gente que tenía el visionario proyecto de crear la primera productora aragonesa. Hizo buenas migas con Emilio Alfaro, Rotellar y Pomarón, los humanistas de la futura Moncayo Films que se reunían en el café Niké para hablar de lo divino y humano, pero ante todo de cine. Se estaban estrenando los sesenta y aquella urbe siempre provinciana se desperezaba poco a poco del aire de posguerra... El reinado de la Bennett duró poco. Gene Tierney se convertiría en la única Dulcinea de Harry tras verla -y poseerla- en El embrujo de Shanghai. No necesitaba otra mujer, aunque quizá buscaba en los burdeles un retazo de esa dulce crueldad fantasmal que le dejó rendido en Que el cielo la juzgue. Harry siguió sobreviviendo en una ciudad cambiada por los aires democráticos, una ciudad dura, sucia, como el héroe que acaba de fascinarle y al que arrebató el nombre. Sí allí sobrevivió luchando contra el Mal (la realidad, lo cotidiano)  hasta que llegó el invento que revolucionaría su vida.

El vídeo le permitía liberarse de pantallas ajenas; ahora podía programar sus propios sueños. Por eso no le importó retornar a Barbastro y enfundarse en el puesto  de funcionario que le venía ofreciendo su tío desde hace años. Seguía siendo un hombre profundamente enamorado. El más privilegiado de los amantes… Las amaba en aquellas noches excitantes, interminablemente cortas, noches de ensueño y chocolate. Amó a divas déco como Greta Garbo, Joan Crawford o Katherine Hepburn, a las heroínas clásicas en la piel de Ingrid Bergman o Lauren Bacall, a la desbordante sensualidad americana del medio siglo (Ava Gardner, Faye Dunaway, Hedy Lamarr…), a la sensualidad mediterránea de las maggioratas (Silvana Mangano, Claudia Cardinale), a las chicas modernas de los nuevos cines (BB, Jeanne Moreau, , Monica Vitti,  Anouk Aimée, Romy Schneider), a las bellezas hispanas (Sara Montiel, María Félix, Marisol), a las musas de Don Luis Silvia Pinal o Catherine Deneuve, a las poderosas reinas del erotismo del tipo Anita Ekberg, Rachel Welch, Isabel Sarli, Laura Antonelli, Silvia Krystel o Shari Eubank, también a las frágiles románticas tipo Anouk Aimée, aunque fuera Audrey Hepburn la soberana incontestable de este reino. Las amaba a todas. Y ese amor soñado daba sentido a sus noches para dormitar los días. Harry se fue dichoso, viendo una película (Irma la dulce) y comiendo chocolate. Eran las cuatro de la madrugada. Los médicos dijeron que la continua ingestión de tabletas le destrozó el hígado. Pero los galenos no sabían que su cuerpo no era ya de este mundo, trascendido por un espíritu de historias y fantasmas. En sus últimos años ya no le importaba lo que le pasaba a su cuerpo, tampoco lo que pasaba fuera de aquella neocaverna platónica construida con la argamasa de los filmodelirios. No sabemos qué película eligió para habitar en el Paraíso, quizá El hombre que amaba las mujeres, de su querido Truffaut. O puede que todas.